Por Doric Martë

Para quienes tienen ataques existenciales… desde una silla ergonómica con café orgánico.

Ansiedad del Primer Mundo: Cómo sufrir con WiFi mientras somos los humanos más afortunados de la historia.

Este fin de semana decidí salir a vivir la vida—ya sabes, esa experiencia multisensorial que ocurre fuera del celular—y acepté una invitación a almorzar a un restaurante muy conocido de la ‘Zona T’ en Bogotá. Mientras decidía entre entregarme al drama de un merengue glaseado con helado de vainilla o pretender equilibrio zen con una limonada sparkling de yerbabuena…, escuché, sin querer-queriendo, una conversación en la mesa de al lado.

Una joven treintañera hablaba con su mamá, visiblemente frustrada y eufórica al mismo tiempo, como si estuviera en medio de una sesión de coaching emocional de alto voltaje patrocinada por Mercurio retrógrado y dos tazas de ansiedad líquida. Su tono, digno de opera millennial con tintes de reality show, revelaba lo que para ella era una tragedia personal de proporciones épicas… pero que a oídos extraños sonaba más a stand-up1 existencial de lujo.

Contaba —sin una sola pausa ni para respirar ni para reconocer el privilegio— que desde hace cuatro años paga la renta de un apartaestudio de mil dólares en Bogotá: Mil. Dólares. Al mes. Algo así como alquilar un penthouse en Manhattan, pero sin Central Park, ni brunches con mimosa ilimitada, ni Anna Wintour bajando del ascensor. Solo las ventajas de tener tráfico, TransMilenio y una arepa sin sal a 20 mil pesos en la esquina.

Pero el verdadero apocalipsis, según ella, era que ahora iba a tener que compartir ese espacio con un familiar que llegaba justo cuando pensaba al fin vivir su soledad merecida, después de tres años trabajando como si la vida tuviera fecha de caducidad. ¿Cómo se atreven a irrumpir su oasis urbano con la incomodidad del afecto familiar no solicitado?

Y como si fuera poco, soltó lo más fuerte: no sabía si comprar un apartamento, montar un negocio, o irse a estudiar a Estados Unidos. Decisiones tan apremiantes que uno juraría que estaba eligiendo entre salvar el Amazonas o curar el Alzheimer, y no entre tres caminos que a cualquier otra generación le habrían parecido una fantasía inalcanzable.

En medio del drama, eso sí, había algo profundamente tierno. Su familia la admira. La ve como una mujer que ha derribado muros, que ha hecho cosas “que nadie antes en la familia se había atrevido a hacer”. Y ella, con el corazón lleno de dudas, lo único que desea es poder devolverle algo a su mamá. Darle por fin todo lo que merece por haberle dado tanto. Un deseo noble, enterrado en una nube densa de presión social, expectativas sin freno y miedo a no “lograrlo todo antes de los 35”.

Vaya ironía. Una escena tragicómica que, sin quererlo, me atravesó el alma. Porque mientras la escuchaba, me reconocí un poco en ella. Muy perturbador (y también muy revelador) porque mientras que ella hablaba, me di cuenta de que muchas de sus palabras… eran también las mías. Era como oír en voz alta los pensamientos que a veces me atacan cuando estoy en modo existencialista con Wi-Fi.

Lo curioso es que justo antes de llegar al restaurante, había llamado a mis papás para agradecerles—sí, agradecerles—por todo lo que han hecho para que yo hoy viva con paz, con criterio, ropa linda y con una cama deliciosa donde dormir (que ya es mucho decir). Les hablé de lo afortunada que me siento de haber heredado no solo genes, sino también resiliencia y coraje de un linaje que cruzó montañas a pie o en mula, que aguantó castigos físicos por atreverse a opinar, que hizo milagros con poco y nos dejó como herencia un presente con café orgánico, salud mental y papel higiénico doble hoja.

Le pedí perdón a mi madre si alguna vez me escuchó triste, frustrada o quejándome por cosas que ahora, viéndolo bien, no solo son pequeñas, sino que insultan la memoria de esas mujeres que cocinaban para veinte con tres ingredientes… y la de esos hombres que abrieron monte, literalmente, con machete, para que hoy tengamos fincas, ganados y una historia que contar.

Y fue en ese momento exacto, en pleno déjà vu emocional… que la mesa de al lado me habló.

Hay algo tremendamente irónico en ver a una persona tener una crisis existencial con una matcha latte2 en la mano, llorando porque no sabe cuál es su propósito de vida, mientras su robot aspiradora limpia en silencio a sus pies. Vivimos en el paraíso, pero con la angustia de un apocalipsis. O sea, es como estar en una piscina infinita con vista al mar… y decidir ahogarte porque el agua no está lo suficientemente tibia.

Si alguien del siglo XIII nos viera teniendo ataques de ansiedad porque no conseguimos viralidad en TikTok o porque no sabemos si estudiar una maestría, montar un start-up3, salvar las ballenas o simplemente terminar la tesis, probablemente pensaría que estamos poseídos por espíritus millennial enloquecidos. Y estaría en lo cierto.

Lo cierto es que vivimos en la mejor etapa de la humanidad (¡lo dice la ciencia, no tu astrólogo!). Según datos de Our World in Data4, hoy más del 90% de la población mundial tiene acceso a electricidad. El nivel de pobreza extrema bajó de más del 40% en 1981 a menos del 10% en 2023, y tú, sí, tú, lector privilegiado con buen aliento digital, formas parte del 0.1% de personas que tienen todas sus necesidades básicas cubiertas y además tienen tiempo para pensar qué más quieren. Somos básicamente el “after” de una evolución larguísima de esfuerzo humano… pero lo vivimos como si fuera el tráiler de una peli de terror psicológico. “La Generación que lo tuvo todo y aun así lloró”.

Y no es que no sintamos cosas importantes, es que a veces sentimos demasiado… de golpe. No tenemos una revolución industrial, ni una guerra mundial, ni una hambruna en la puerta. Pero tenemos ansiedad, existencialismo, miedo a no destacar, a no brillar, a no hacer algo “digno” de nuestra hiperconciencia, todo enmarcado por un algoritmo que te recuerda cada 6 segundos que hay gente más joven, más rica y más famosa que tú. ¡Y que lo lograron antes de desayunar!

El problema no es la falta de oportunidades, es la falta de paciencia. Hemos sido programados para la inmediatez. Queremos un propósito, pero con delivery5. Un sentido de vida, pero sin hacer fila. Éxito con WiFi; iluminación espiritual entre dos correos electrónicos.

Mientras tanto, olvidamos que este nivel de vida, este acceso a comida caliente, información ilimitada, libertad para decidir qué hacer con nuestras horas, fue soñado, peleado y sudado por generaciones que ni siquiera conocieron el concepto de “me time6.

Ellos no tenían journaling7, ni coaches8, ni podcasts de mindfulness9. Tenían frío, hambre, miedo y aún así abrieron caminos que hoy nosotros transitamos… para que podamos decir cosas como “no me sentí alineado con mi propósito en este proyecto”. Por favor. Nuestros tatarabuelos lucharon con machetes, nosotros luchamos con dilemas de identidad estética y sobreestimulación visual.

Pero bueno, no se trata de culparnos. Se trata de abrir los ojos, aunque sea un poquito, entre pestaña postiza y pestaña postiza. Se trata de respirar, agradecer y hacer algo. No todo tiene que ser grandioso. No todo tiene que romper internet. A veces lo más revolucionario es tener paciencia, ser amable, cuidar lo que tienes, terminar lo que empiezas, hacer algo simple bien hecho; y sí, eso también cuenta.

Así que, si sientes que nada tiene sentido, que no haces lo suficiente, que todo está perdido… respira profundo, ponte tu mejor outfit 10(el de hacer las paces contigo), y recuerda: estás aquí porque alguien antes te sostuvo, alguien que nunca tuvo la opción de elegir, eligió por ti; eligió avanzar, aguantar, resistir. Sin stories, sin filtro, con tizne en la cara, barro en los zapatos y dignidad en la espalda.

Y tú estás aquí ahora, con todo, con mucho, con más de lo que se soñó. Solo por eso… ya vales la pena. Solo por eso… ya es momento de hacer algo: con humor, con gratitud, con estilo… pero hazlo. Porque incluso en este teatro caótico de luces neón, hashtags y mensajes contradictorios, la mejor tendencia que puedes seguir es: paciencia, paz interior y acción real.

Hagamos las paces con nuestra impaciencia. Tal vez, sólo tal vez, necesitamos menos apurarnos y más agradecer; sí, suena a taza de café de oficina de recursos humanos, pero ¡hey! funciona.
Estamos parados sobre los hombros de gigantes. Gente que luchó, sudó, marchó, emigró, trabajó y aguantó cosas que ni en las peores temporadas de Black Mirror11 nos imaginamos y lo hicieron sin buscar seguidores ni likes. Ellos no están en nuestras stories12, pero están en nuestra historia. Así que, si alguna vez sientes que “nada tiene sentido”, recuerda que hoy tienes el lujo de sentir eso desde la comodidad de un sofá, mientras te cuestionas la vida con pan sin gluten.

El gran final, porque hasta esto necesita cierre dramático: Haz las paces contigo. Sé paciente. Agradece más. Llora si quieres (pero hidrátate). Y luego… actúa. Haz lo simple con amor, lo ordinario con intención y lo moderno con memoria. Porque incluso si el mundo parece un desastre, tú puedes ser la parte que lo mejora, aunque sea sólo hoy, aunque sea sólo en tu casa, aunque sea sólo dentro de ti.

Y si eso te suena muy poco… Pregunta a cualquier alma del siglo XVII si le parecía poco tener paz, salud, comida, y tiempo para preguntarse “¿quién soy?”. Revelación: te envidiarían en silencio. Y con sarna.

Postdata para quienes aún se preguntan “¿y entonces qué hago con todo esto?”

Tal vez la respuesta esté en el equilibrio: no hace falta salvar al mundo ni renunciar a él. Podemos empezar agradeciendo de forma activa, devolviendo con gracia lo que nos fue dado con sacrificio. ¿Cómo? Llama a tus papás. Visita a tus abuelos. Cómprales el masaje que nunca se dieron, llévalos a ese viaje que nunca pensaron vivir, ayúdales con esa cita médica que siempre postergan. Escúchalos como escuchas tus podcasts favoritos. Regálales tiempo, ese que a ti te sobra para el scrolling13. Y al mismo tiempo, permítete gozar, disfruta tu libertad, tu educación, tu capacidad de elegir; cómprate flores (literal o metafóricamente), baila en la cocina, duerme sin culpa. Porque celebrar la vida que otros hicieron posible también es honrarla, no todo es lucha; a veces, el gesto más subversivo, es gozar con gratitud. Y si lo haces bien, te aseguro que vas a llorar… pero de emoción. Con WiFi, claro.

Imagenes generadas con IA

  1. «Stand up» (o stand-up comedy) es un tipo de comedia en la que un comediante se presenta solo frente a una audiencia, generalmente en un escenario, contando chistes, anécdotas, observaciones cotidianas o comentarios sociales en tono humorístico. ↩︎
  2. Una matcha latte es una bebida hecha con: Polvo de matcha: té verde japonés molido finamente, súper concentrado en antioxidantes y cafeína. Leche (animal o vegetal): puede ser de vaca, almendra, avena, soya, etc. A veces se le añade un poco de miel, azúcar o vainilla para suavizar el sabor (porque el matcha puede ser bastante intenso y algo amargo). Es considerada una bebida saludable y cool, asociada al bienestar, el estilo de vida zen y la estética minimalista. ↩︎
  3. Una startup (o start-up) es una empresa nueva, normalmente en sus primeras etapas de desarrollo, que tiene un modelo de negocio escalable, innovador y con un fuerte componente tecnológico o creativo. ↩︎
  4. Our World in Data es una plataforma de investigación y divulgación científica creada por la Universidad de Oxford, que presenta datos y análisis sobre los grandes problemas del mundo —pasados, presentes y futuros— de forma clara, visual y accesible. ↩︎
  5. Delivery es una palabra en inglés que usamos mucho en español (sobre todo en ciudades grandes y conversaciones cotidianas) para referirnos a la entrega a domicilio de productos o servicios. ↩︎
  6. La expresión «me time» en inglés significa literalmente «tiempo para mí», y se refiere a esos momentos que una persona se reserva exclusivamente para sí misma, para relajarse, recargar energía, consentirse o simplemente desconectarse del mundo y de las responsabilidades.
    Es como decir: “Este rato es solo para mí, sin trabajo, sin compromisos, sin nadie más”. ↩︎
  7. «Journaling» es el hábito de escribir en un diario o libreta personal como forma de expresión, reflexión o autoconocimiento. Es una palabra que viene del inglés journal (diario) ↩︎
  8. Los coaches. Esa tribu moderna de gurús con una libreta en una mano, un café con leche de almendra en la otra, y una frase inspiradora siempre lista para lanzar al universo.
    En inglés, coach significa entrenador, pero no de fútbol —bueno, a veces sí, pero no en este contexto—. En el mundo contemporáneo, un coach es alguien que acompaña, guía o estimula a otra persona para alcanzar sus metas personales, profesionales o espirituales. Es como un GPS emocional que te ayuda a “llegar a ti mismo”, con o sin atascos mentales. ↩︎
  9. Los podcasts de mindfulness: esos susurros digitales que nos prometen paz interior mientras hacemos scroll en Instagram, lavamos los platos o intentamos ignorar el caos existencial con auriculares bien puestos. ¿Qué son? Son audios (episodios de podcast) que te invitan a estar presente, respirar, soltar el estrés y conectar contigo mismx… sin necesidad de mudarte al Tíbet ni renunciar a tus dramas de oficina. Vienen en forma de:
    Meditaciones guiadas (voz suave + campanitas + “inhala, exhala”)
    Charlas conscientes (tipo TED Talk pero con más pausa y menos ego)
    Diálogos internos reflexivos (estilo: “yo también lloré en el baño del coworking”)
    Mantras, visualizaciones, afirmaciones (repetir hasta creer que eres calma envuelta en luz) ↩︎
  10. «Outfit» es otra de esas palabras en inglés que adoptamos en el día a día, sobre todo en moda, redes sociales o ambientes urbanos y creativos. En español, significa: Conjunto de ropa o look que una persona lleva puesto. Puede incluir desde la ropa hasta los accesorios, zapatos, peinado, etc. ↩︎
  11. «Black Mirror» es una serie de televisión británica muy conocida por explorar los efectos perturbadores de la tecnología en la sociedad. Cada episodio es independiente (como una mini-película) y plantea un escenario futurista o alternativo donde el avance tecnológico —aunque parece útil o innovador— termina sacando lo peor de la condición humana. ↩︎
  12. «Stories» (o historias en español) son publicaciones breves y efímeras que los usuarios suben en redes sociales como Instagram, Facebook, WhatsApp, TikTok o Snapchat. Generalmente duran 24 horas y luego desaparecen (aunque a veces pueden guardarse como destacados). ↩︎
  13. «Scrolling» es el término en inglés para desplazar la pantalla hacia arriba o hacia abajo (o de lado, dependiendo del dispositivo) para ver más contenido, especialmente en celulares, tablets o computadores. ↩︎

Leave a comment