Por Doric Martë

¿Lo viste en Instagram? Pregunta primero y llora después.

Hoy es sábado, una fecha inusual para escribir mis artículos, pero perfecta para hablar de este tema con un tono desenfadado, sarcástico y muy a mi estilo: ligero, reflexivo, con humor y una buena dosis de real talk. Quiero sacudir conciencias sin levantar culpas innecesarias… y de paso, desahogarme y liberar algunas propias.

Una cosa es ‘viral’ y otra cosa muy distinta es «verdad».

Por alguna razón misteriosa —que ni los científicos de la NASA han logrado descifrar— el ser humano moderno ha empezado a tomar decisiones de vida basándose en publicaciones de TikTok, X (antes Twitter) o Instagram. Sí, lo leíste bien: decisiones de vida. Desde alquilar una casa hasta lanzarse a emprender, cambiar de país o hacerse un cambio de look, todo porque alguien lo publicó con música épica y edición atractiva; todo porque hay publicaciones en estas redes sociales donde hasta el ramen instantáneo con salchicha puede parecer comida de un chef con estrella Michelin1 y donde el gimnasio de la esquina se ve más fancy que un spa en Dubái (cuando en realidad huele a toalla húmeda y testosterona vencida).

¿Para qué comparar precios, leer contratos, visitar el lugar o —Dios nos libre— usar el sentido común, si podemos dejarnos llevar por una promesa con resplandor digital y código de descuento?

Detente un momento… ¿Te casarías con alguien en la primera cita solo porque se ve sexy en redes? ¿Sin saber si ronca, si se cepilla los dientes, si tiene deudas en Datacrédito o si en la vida real se comporta como un adulto funcional? Una cosa es «likes» y otra muy distinta es «life». Solo Pamela Anderson y Tommy Lee se dieron ese lujo… y aunque fueran guapos, famosos y seguramente olieran delicioso, spoiler alert: eso no acabó bien.

Y así como el amor exprés, también están los servicios exprés —de esos que cobran como si ofrecieran lujo y espiritualidad, pero entregan frustración con envoltura brillante. ¿De qué sirve pagar por una experiencia premium si te atienden distraídos o con prisas? ¿O si ese tratamiento milagroso te deja la cara como piña gratinada y el cabello como pasto seco? ¿O alquileres “de ensueño” que en la realidad huelen a ruido y decepción?

El precio no es sinónimo de calidad, ni de experiencia y mucho menos de cuidado, hay servicios carísimos que tratan al cliente como si les hicieran un favor al atenderlo. Un buen servicio no necesita gritar que es premium, este se siente, se huele, se nota. Como ese café que viene con sonrisa, agua con gas y un «¿cómo estás hoy?», y no con cara de “vienes a molestar”.

Hablando de esto no podemos dejar por fuera esta joya contemporánea: el famoso “cambio de look” en salones de belleza donde te cobran como si fueras a salir lista para una alfombra roja en Cannes… y terminas sintiéndote como extra de una novela mal producida. Porque una cosa es pagar por un servicio de lujo, y otra muy distinta es recibir un trato de feria ambulante con luces LED. ¿Te ha pasado? Pides un color natural, elegante, de esos que dicen “chic sin esfuerzo”… y sales con un tono oxidado digno de un experimento de “zanahoria hervida con bicarbonato”. O te animas a un tratamiento capilar de 250 mil COP (más que un vuelo Bogotá–Cartagena en temporada alta) que prometía nutrición intensiva y masaje relajante, y lo único que te intensifica es la frustración… y las ganas de llorar en silencio.

Y no hablemos del “spa capilar”: suena exótico, pero sucede en un lava cabezas incómodo, con agua fría, un baño que da miedo entrar, gente gritando en altavoz, y música reguetón-pop-dubstep2 a todo volumen como si tu cuero cabelludo necesitara bits electrónicos y estimulación sensorial de rave3.

El problema no es solo estético, es existencial. Porque uno va buscando bienestar, autocuidado, renovación… y termina pagando “haute couture”4 capilar para recibir fast fashion5 con costura chueca y etiqueta mal pegada. No es solo el pelo, es cómo te tratan, cómo te sientes y cuán poco valoran tu tiempo, tu dinero y tu confianza.

Y ojo, esto va más allá del tema belleza. Hay gente vendiendo servicios de salud, bienestar y estilo de vida como si fueran gomitas con colágeno, cuando en realidad aplican químicos nivel ‘Breaking Bad’ sin advertencias ni garantías. ¡Responsabilidad, por favor! Porque sí, todos queremos crecer, vender, facturar. Pero una cosa es cobrar lo justo y otra es cobrar como si hubieras encarnado al Dalai Lama y cada producto o servicio tuyo trajera paz interior.

Si, una cosa es querer vender y otra muy distinta es respetar. Y a quienes están del otro lado —creadores de productos, servicios, promesas y “experiencias”— este mensaje también va para ustedes: si vas a cobrar como boutique de lujo, entrega experiencia boutique. Con atención, limpieza, respeto, profesionalismo y coherencia. No es tan difícil… o bueno, al parecer tampoco es fácil. En pocas palabras estoy hablando de comercio justo o cómo no parecer que estafas con encanto.

La ilusión vende rápido, pero la experiencia verdadera —esa que se recuerda con gratitud y se recomienda de corazón— se construye con coherencia. Si alguna vez exageraste, si inflaste expectativas, si prometiste más de lo que podías cumplir, aún puedes reparar. Habla con tu cliente, escucha, reembolsa si hace falta, mejora. No para evitar una queja, sino porque respetas lo que el otro invirtió: su dinero, su energía, su esperanza; y eso, créeme, vale mucho más que mil “likes”. Al final, el post lo borras, pero la factura emocional y la pérdida de confianza del cliente… esas sí duran y suelen significar pérdidas que en el presente no puedes medir.

Y si estás del lado del cliente, apréndete esto: La lección de los grandes pasos: Empieza por lo pequeño.
Si vas a invertir en algo grande —una casa, un local, un país o hasta un nuevo look— no empieces por la luna, empieza por la banquita del parque. Visita el lugar con sol, con lluvia, con hambre y con sueño. ¿Te sientes bien ahí? ¿Te gusta la comida? ¿Entiendes el idioma o crees que “crème brûlée”6 es un exfoliante? Haz preguntas, compara precios, vive la experiencia desde abajo, porque la base de cualquier buena inversión, sea de dinero o de energía emocional, es la observación no la idealización.

Si vas a invertir, hazlo con estrategia. Visita el lugar en diferentes momentos; pide una muestra del servicio antes de firmar el contrato eterno con tu tarjera de crédito; prueba, compara, pregunta, investiga; porque si no estás dispuesto a hacerlo, no te quejes cuando termines compartiendo baño con una cucaracha que ya tiene nombre y contrato de arrendamiento. La próxima vez que sientas el impulso de lanzarte a comprar un servicio milagroso, alquilar un local que solo has visto en fotos, mudarte de país porque viste una influencer rodando Europa en una caravan o pagar por un tratamiento de belleza con promesa de «look de editorial», por favor, tómate un momento, una respiración profunda, al menos medio vaso de agua y una buena dosis de uso de cerebro.

No te enamores de promesas digitales como si fueran poesía de Neruda. Lo que ves online suele tener más edición que una peli de Marvel… y menos sustancia que un reality show de influencers. La verdadera calidad no grita, se siente, se nota en lo simple, en lo real, se disfruta y se agradece. Como esa atención que llega con una sonrisa sincera, con limpieza, sin necesidad de filtros, con promesas cumplidas y expectativas superadas. Eso, querida gente, también es comercio justo.

Haz la tarea. Porque el post lo borran, pero la decepción se queda a vivir contigo.

Y una última cosa que diría Regina, mi amiga y terapeuta de pulsation: «sé amable, incluso contigo mismo». Especialmente si invertiste en algo de lo que esperabas mucho y que te decepcionó. Reclama con respeto, ese mismo que te faltaron al prometerte más de lo que entregaron, tu dinero es tu trabajo, tu esfuerzo y tu tiempo. Estás en todo tu derecho de exigir lo que mereces.

Porque repito, por si aún no queda claro: ‘Likes’ no es lo mismo que vida.

Una cosa es ‘viral’ y otra cosa muy distinta es «verdad».

  1. Estrella Michelin: es un reconocimiento que se le otorga a los restaurantes que ofrecen una cocina excepcional. Es un estándar de excelencia a nivel mundial.  ↩︎
  2. Reguetón-pop-dubstep: no es un género musical definido, sino más bien una combinación de estilos que se pueden encontrar en la música actual. Es decir, se refiere a canciones que mezclan elementos de reggaeton, pop y dubstep.  ↩︎
  3. Rave:  es un tipo de fiesta de música electrónica . ↩︎
  4. Haute Couture o Alta Costura: es un tipo de moda que se caracteriza por la exclusividad, el lujo y la artesanía. ↩︎
  5. Fast Fashion o Moda rápida: es el término utilizado para describir la producción rápida de prendas en grandes cantidades para seguir el ritmo de las temporadas o de las tendencias en constante cambio. ↩︎
  6. Crème Brûlée o Crema Quemada: es un postre francés, una crema pastelera con una capa crujiente de caramelo quemado en la superficie. ↩︎

Fuente de la Imagen: Generada por IA (Inteligencia Artificial)

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